En respuesta a algunas afirmaciones vertidas en la comparecencia del profesor Joan Ramón Laporte ante la Comisión de Investigación Gestión Vacunas

Comparecencia del profesor Joan Ramón Laporte

Las afirmaciones vertidas esta semana en el Congreso de los Diputados por parte del profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Joan Ramón Laporte, invitado por PSOE y Podemos para hablar ante la Comisión de investigación sobre «la gestión de las vacunas y el Plan de Vacunación», merecen un comentario, ya que incluyen, a mi parecer, sesgos o verdades a medias que pueden confundir a la población.

Fuente: Observatorio de Bioética   Autor: Dr. Julio Tudela

Comparecencia del profesor Joan Ramón Laporte

El científico afirmó, entre otras cosas, que:

«las llamadas vacunas Pfizer y Moderna, no son vacunas, son fármacos basados en una tecnología nunca usada en terapéutica hasta ahora, y menos en campañas masivas. De ahí que la vacunación masiva supuso un experimento global sin precedentes en la historia de la humanidad».

Primero, las vacunas son medicamentos en todo caso, y el que introduzcan en el organismo directamente antígenos o bien, ácidos nucleicos que inducen la generación de los antígenos en la persona vacunada, tiene relación con su mecanismo de acción, pero en ninguno de los dos casos dejan de ser medicamentos ni vacunas. Su afirmación categórica negando que las vacunas de ARN lo sean en realidad, es impropia de un profesor con su curriculum. Lo que las convierte en vacunas en este caso, es su capacidad de estimular una respuesta inmunitaria duradera protectora frente a un agente infeccioso.

Segundo, las vacunas han reducido claramente la aparición de formas graves de COVID-19: complicaciones, hospitalizaciones, UCI y muertes. Las cifras publicadas en este sentido son abrumadoras y unánimes. Los datos que él refiere sobre la similitud de la mortalidad en grupos de vacunados y no vacunados en dos ensayos clínicos, se ciñen a esos ensayos, pero la práctica asistencial con millones de personas en todo el mundo ha demostrado que la mortalidad registrada respecto al número de casos es claramente inferior gracias a la vacunación.

Tercero, el estar vacunado («pasaporte COVID») ciertamente no impide el contagio con la variante ómicron del virus; sí que lo reducía claramente con las variantes iniciales del virus como se demostró en el estudio de Israel, pero aún con la misma tasa de contagios hoy entre vacunados y no vacunados tras aparecer las nuevas variantes del virus, la evolución a formas graves es mucho menor en la población vacunada, por lo que, aunque no reduzca actualmente el número de contagios, sí lo hace de las formas graves y sus secuelas, lo que justificaría el mencionado pasaporte como medida para reducir la gravedad de la infección y los gastos sanitarios derivados de las hospitalizaciones.

Y cuarto, otras afirmaciones, de corte algo radical, contra las agencias y las farmacéuticas tienen parte de razón, pero no todo es blanco o negro como él presenta. Aún con todas las limitaciones que vamos constatando -yo mismo estoy ahora con COVID-19, con tres dosis y habiéndola pasado ya- siguen pesando más los beneficios de la vacunación que los riesgos, que existen, pero que el compareciente ha expuesto desmedidamente mientras minimizaba la capacidad de las vacunas -única herramienta eficaz de que disponemos frente a esta pandemia- para reducir sus efectos colaterales, secuelas y muerte.

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