Un Nobel acusa a las principales revistas científicas de publicar artículos erróneos o provocativos

aceprensa.com
12.12.2013

La víspera de recibir el premio Nobel de Medicina de este año, el biólogo norteamericano Randy Schekman publicó una crítica a las principales revistas científicas de su especialidad y anunció que nunca volverá a firmar en ellas.

Su artículo apareció el 9 de diciembre en The Guardian y señala expresamente tres cabeceras: Nature, Cell y Science. Las acusa de hacer un mal servicio a la ciencia favoreciendo lo que más vende, no necesariamente lo que más hace progresar el conocimiento.

Schekman dice que salir en revistas como esas ha llegado a ser la gran aspiración de un científico, lo que asegura el reconocimiento y la financiación de su trabajo.

Él mismo, recuerda, ha publicado estudios en ellas, incluido el que le ha merecido el Nobel. Pero esto se ha convertido en un elemento corruptor, como los incentivos entre los brokers.

Esas revistas “cultivan sus marcas con métodos más apropiados para vender suscripciones que para estimular las investigaciones más importantes”, les reprocha el biólogo. Restringen artificialmente el número de originales que aceptan para mantener su imagen de selectas.

Ofrecen a los autores la recompensa de una elevada repercusión (impact factor), expresada en número de citas. Es una medida engañosa, dice Schekman, porque no está necesariamente relacionada con la calidad de un trabajo. Un artículo que aparece en una de las revistas más difundidas naturalmente es más citado, pero quizá no porque sea bueno, sino por ser llamativo, provocador o erróneo.

Aparecer en una revista prestigiosa y ser muy citado se ha convertido en el pasaporte para el éxito, pero no es una garantía de calidad

El afán de obtener menciones

El caso es que el afán de obtener menciones condiciona el trabajo de los científicos: provoca “burbujas” en los campos que se ponen de moda, mientras desalienta otras investigaciones importantes aunque no glamurosas, como las que intentan reproducir hallazgos ajenos, necesarias para comprobarlos. Por eso, las grandes revistas no siempre son tan rigurosas como se cree (Schekman recuerda algunos casos de errores clamorosos).

Contra los incentivos perversos que crean las grandes revistas, Schekman propone que las universidades y centros de investigación, cuando busquen científicos que contratar, no juzguen los trabajos de los candidatos por las cabeceras donde salieron.

Otro remedio es favorecer las publicaciones de acceso libre, que, como no necesitan vender caras suscripciones, pueden seleccionar originales exclusivamente con criterios de calidad. Él mismo es, señala, del consejo editorial de una de ellas, eLife. Es más, Schekman propone que otros hagan lo que él ha decidido para su laboratorio: no publicar nunca en las “revistas de lujo”.

Las críticas de Schekman han recibido réplicas, recogidas también en The Guardian. Monica Bradford, directora ejecutiva de Science, niega que se limite artificialmente el número de originales que se aceptan. Philip Campbell, redactor jefe de Nature, subraya que su revista selecciona los originales por la relevancia científica, no buscando las abundancia de menciones, cosa que escapa a su dominio. Pero reconoce que hay una fijación generalizada en publicar en revistas prestigiosas y en obtener muchas citas, cosa que les preocupa.

Estados Unidos y Gran Bretaña exigen que las investigaciones financiadas con dinero público queden accesibles gratuitamente

Si es gratis, ¿quién paga?

No es la primera vez que se publican protestas contra las revistas científicas de pago. El año pasado, dos matemáticos promovieron, obrando separadamente, un boicoteo a las publicaciones de la editora Elsevier. La acusaban de cobrar precios excesivos por las suscripciones y de abusar de su posición dominante (cfr. Aceprensa, 28-02-2012).

Por motivos semejantes, la Universidad de Harvard pidió a sus investigadores que permitieran el acceso libre a sus artículos; subrayaba la paradoja de que las instituciones académicas financiaran unos estudios y después sus bibliotecas tuvieran que pagar elevadas suscripciones para obtenerlos (cfr.Aceprensa, 30-04-2012).

Por estas y otras razones, el modelo de publicación abierta viene siendo alentado por organismos públicos y universidades. En Estados Unidos, las investigaciones biomédicas financiadas con dinero público tienen que dejarse disponibles gratis al cabo de un año, como máximo, de aparecer en una revista comercial (cfr. Aceprensa, 4-01-2008).

El gobierno británico decidió hacer lo mismo (cfr.Aceprensa, 8-05-2012), pero en vez de conceder un periodo de exclusividad a las revistas de pago, prefiere que el acceso gratis sea inmediato y que el coste de la revisión por especialistas y de la edición sea sufragado por las instituciones científicas y académicas. De todas formas, admitirá también el embargo (hasta un máximo de dos años), según anunció luego el secretario de Estado de Universidades y Ciencia, David Willetts (cfr. The Guardian, 9-04-2013).

La fórmula preferida por el gobierno británico pretende evitar los peligros del cobro al autor, que es el sistema habitual de las publicaciones de libre acceso. Pues pueden quedarse sin publicar estudios valiosos, si los autores no pueden pagar; o pueden publicarse otros que no lo merecen, si los autores tienen dinero suficiente. Esto último es lo que quiso mostrarScience enviando un artículo falso y lleno de errores a trescientas revistas gratuitas: la mayoría lo aceptaron (cfr.Aceprensa, 10-10-2013).

El ahorro del libre acceso

El plan británico supone, además, que la mayor difusión merced a la publicación abierta reportará mayores beneficios generales. Según el informe Finch, encargado por el gobierno, el modelo de acceso libre inmediato costaría hasta 60 millones de libras anuales, y un modelo mixto, con embargo para parte de los estudios, hasta 38 millones. El gasto se compensaría en parte con el progresivo ahorro en suscripciones y, de modo indirecto, por la repercusión en la eficiencia del sistema I+D británico.

Hace casi cinco años, otro informe, encargado por Jisc (proveedor de servicios tecnológicos para las universidades británicas), calculó los costes totales de la publicación de artículos científicos en revistas de pago y gratuitas, tanto en formato digital como en papel, y en repositorios digitales.

Concluyó que el ahorro anual sería de 80 millones de libras si todo se publicara en revistas de libre acceso o de 116 millones si se metiera todo en repositorios. Las repercusiones indirectas en el sistema I+D podrían añadir 135 millones de beneficio.

En comparación, las ayudas anuales del Estado británico a la investigación vienen siendo de unos 5.500 millones de libras anuales. Y las editoras de revistas científicas, como Nature Publishing Group, también aportan algunos millones a la economía nacional. Por eso el gobierno va a permitir un modelo mixto, en que las publicaciones comerciales conserven una parte de la actividad editorial. Pues publicar nunca es gratis; otra cuestión es quién paga.

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