La conciencia de cada cual escapa al ámbito competencial de la ministra Irene Montero
Diario de Cádiz
Irene Montero, ministra de lo suyo, se ha declarado dispuesta a regular la objeción de conciencia de los médicos y enfermeros. Quiere evitar que el derecho de los sanitarios a su propia ética interfiera con el de las mujeres a abortar en un hospital público y cercano a su casa.
La ministra, ¿no sabe que no puede regular sobre el derecho a objetar de nadie? Ni ella ni el mismísimo Pedro Sánchez ni siquiera Iván Redondo. Puede cercar con multas, sanciones y penas a quien ejerza su derecho, aunque habría que ver qué dice el Tribunal Constitucional, si no está de vacaciones, y los tribunales internacionales. Pero incluso si los tribunales enteros del mundo las permiten, esas coacciones de la ministra no entrarían a regular la conciencia de nadie. Se sale de su ámbito competencial.
Lo dijo Pedro Crespo de forma clarísima en El alcalde de Zalamea: «Al rey la hacienda y la vida/ se ha de dar, pero el honor/ es patrimonio del alma,/ y el alma sólo es de Dios…». Creyentes o no, la conciencia es patrimonio del alma (o, más bien, otro nombre del alma) y ésa es patrimonio de cada persona en particular, aunque luego el Estado meta sus manos en nuestra hacienda y nuestra vida.
Alguno pensará que estoy partiendo un pelo en dos y que la ministra se está refiriendo precisamente a eso: a las consecuencias de objetar, que será una actividad que no tendrá un amparo ni una eximente siquiera en nuestro ordenamiento positivo. No sé. Temo que confunda los términos y crea que con amenazas y multas conseguirá domeñar la conciencia de los súbditos. Sería un error conceptual muy significativo de quien no conoce otro mundo que el de la materialidad y el poder.
Pero es que también nos viene bien recordárnoslo a nosotros, empezando por mí. La conciencia de cada cual es, como mínimo, una república independiente, y para otros un patrimonio de Dios, como decía el personaje de Calderón. Lo importante, en todo caso, es que esas consecuencias administrativas, económicas o penales que deriven de nuestra actuación conforme a nuestra conciencia pueden intentar condicionarla o conquistarla, pero, sin el colaboracionismo del individuo, es imposible.
La objeción de conciencia no es una concesión burocrática. Es la propiedad más sagrada de la persona y ese título de propiedad es muy importante que lo tengamos todos muy presente. No vayamos a tener que defenderlo con uñas y dientes más pronto que tarde.