La difusa frontera entre ‘dejar morir’ y ‘hacer morir’. Opinión en Diario Médico

05/10/2015 00:00
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El caso de la niña Andrea ha dado un empujón a la puerta giratoria de la muerte digna, la obstinación terapéutica, la sedación terminal, los cuidados paliativos y los momentos finales de la vida. Llama la atención antes que nada la ligereza con que políticos, periodistas y asociaciones diversas emiten comunicados y comentarios improvisados en los que reiteran sus prejuicios aprovechando un caso del que apenas conocen los detalles.

Este caso ejemplifica la delgada línea roja entre cuidar y abandonar, evitar el sufrimiento o acelerar la muerte, que tan bien ha descrito Marcos Gómez Sancho, director de la Unidad de Medicina Paliativa del Hospital de Gran Canaria Dr. Negrín. Confluyen una enfermedad grave, dictámenes opuestos, emociones encontradas, acaloramientos de la opinión pública, experiencia clínica frente a compasión paternal, autonomía del paciente frente a protección de la salud, y criterios sutiles sobre la obstinación terapéutica, las medidas extraordinarias, el soporte vital y el curso natural de una vida que se apaga.

Los paliativistas coinciden en que una de las decisiones más complicadas que se les presentan en sus unidades es la de mantener o no la nutrición artificial, punto clave del ‘caso Andrea’. Yolanda Zuriarrain, del Hospital Centro de Cuidados Laguna, en Madrid, ha dicho que “no existe una gran diferencia ética entre instaurar o retirar una sonda gástrica, pero en la práctica sigue siendo más difícil retirarla”. Yañadía que no hay una norma fija que se pueda seguir para ponerla y que, por tanto, “no es fácil decidir desde el punto de vista ético y más cuando no existen voluntades anticipadas, ni hay acuerdo entre las partes”.

Alimentación e hidratación pueden ser cuidados personales básicos en unos casos y tratamientos médicos en otros, diferencias que debe establecerlas, al igual que las medidas de sedación, el equipo médico. Utilizar por tanto como palanca demagógica estos casos complejos para pedir cambios legislativos no parece lo más apropiado, pues suelen distorsionar la realidad y confundir las percepciones y emociones públicas.

El acuerdo entre médicos, pacientes y familiares ha sido y es, afortunadamente, la tónica general. Cuando son los jueces los que tienen que dirimir sobre el pronóstico clínico, y el destino final, de una persona se resiente la confianza en los médicos y en el sistema sanitario. La extensión de las unidades de paliativos resolvería sin duda la mayoría de estos casos y buena parte del triste debate sobre la eutanasia.

En medio de una sociedad que, por una falsa comprensión de la dignidad humana, presiona para legalizar la eutanasia puede darse la paradoja de que el gran culpable sea el médico que intenta salvar una vida. Frente a las demandas de autonomía y calidad de vida, “la dignidad -como formuló el Comité Nacional de Ética de Francia- reviste un sentido ontológico, es una cualidad intrínseca de la persona, de modo que no dependería de su condición física o psicológica”.

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