Dr. Bátiz: ¿Y si desea la muerte?

El Dr. Jacinto Bátiz, secretario de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial (OMC, y director del Instituto de Sensibilización, Formación, Investigación e Innovación para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya), reflexiona en este artículo sobre la eutanasia y la atención médica al final de la vida.

MEDICOSYPACIENTES.COM – 03/07/2018

Dr. Bátiz

Los médicos no debemos ignorar ni mirar hacia otro lado cuando el enfermo manifiesta que no desea continuar viviendo mientras sufre de forma continua e insoportable. Los motivos para que un enfermo solicite la eutanasia suele afectar a cinco esferas de la persona: la física, la funcional, la psicosocial, la espiritual y la existencial; y en un mayor porcentaje, están relacionados con la pérdida de la autonomía y la dignidad, así como con la disminución de la capacidad de hacer cosas placenteras en la vida.

Desear tener una buena muerte, morir bien, es una legítima aspiración de los seres humanos. Y como consecuencia, es un imperativo ético para los médicos ayudar a nuestros enfermos a que mueran bien, sin sufrimiento, que mueran en paz. Pero, ¿verdaderamente el enfermo desea la muerte? ¿cuál es la demanda auténtica de un enfermo en fase terminal que pide la eutanasia? Cuando un enfermo nos pide la eutanasia, ¿qué debemos comprender los médicos? que se acabe con su vida, que se acabe con el dolor insoportable que padece y no hemos sido capaces de aliviar, o que acabemos son su angustia o con su soledad.

La petición individual o social de la eutanasia debe ser considerada generalmente como una demanda de mayor atención y suele desaparecer cuando ayudamos al enfermo a solucionar su situación de desamparo, ya sea por el dolor, la incapacidad, o la carga familiar. Si el miedo del enfermo lo transformamos en seguridad, el paternalismo en autonomía, el abandono en compañía, el silencio en escucha, el dolor en su alivio y la mentira en esperanza, tal vez desee seguir viviendo el tiempo que le quede. Porque el enfermo necesita sentirse querido por los suyos, necesita sentir que sigue siendo querido por lo que es y que no necesita cambiar. Todo esto va a ser para él un motivo para querer seguir viviendo. Fue Nietzsche quien dijo: “El que tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier como”.

A los médicos nos debe preocupar qué le ocurre al enfermo para solicitar que le adelantemos su muerte. Esta solicitud suya puede ser una llamada de atención para que se le alivien todos los síntomas que le provocan sufrimiento o quizá sea una queja encubierta para que se le trate de una manera más humana, o se le haga compañía. Sencillamente para que se le explique lo que le está ocurriendo.

La tentación de la eutanasia como solución precipitada se da cuando un enfermo solicita ayuda para acelerar su muerte y se encuentra con la angustia de un médico que desea terminar con su sufrimiento porque lo considera intolerable y no tiene nada más que ofrecerle porque no se considera capaz de aliviar su sufrimiento mientras llega su muerte. Los médicos nos sentimos fracasados cuando no podemos curar a una persona cuando padece una enfermedad. Pero debiéramos ser conscientes que el verdadero fracaso es tener que admitir la eutanasia como solución alternativa al alivio del sufrimiento insoportable. Este fracaso se produce cuando se plantea quitar la vida de un enfermo porque no se sabe cómo mejorar sus síntomas ni cómo modificar las circunstancias personales en las que está viviendo.

Aunque la muerte es inevitable, morir malamente no lo debiera ser tanto. Cuando algo se hace o se deja de hacer con la intención directa de producir o acelerar la muerte del enfermo, entonces corresponde aplicar el calificativo de eutanasia. La atención médica al final de la vida debe evitar su prolongación innecesaria, pero también debe evitar su acortamiento deliberado. El teólogo Juan Masiá da algún consejo en este sentido cuando escribe: “dejar a la muerte que llegue sin empeñarse en prolongar artificialmente la agonía, sin miedo a usar los analgésicos y los recursos paliativos necesarios para aliviar el dolor y el sufrimiento”.

La acción directa e intencionada, encaminada a provocar la muerte de una persona que padece una enfermedad avanzada o terminal, a petición expresa y reiterada de ésta, no es ni deberá ser un acto médico. Sin embargo, interrumpir o no iniciar medidas terapéuticas inútiles o innecesarias, así como emplear tratamientos que tienen efectos beneficiosos aunque pudiera derivarse de éstos algún efecto no deseado (lo que se llama doble efecto), sin buscar esto último de forma intencionada para aliviar su sufrimiento, sí son actos médicos que se deben realizar para que el enfermo muera bien, sin sufrimiento, con dignidad y en paz. Un excelente ejemplo de esto último sería la sedación paliativa.

Ante un enfermo en situación terminal, lo que se hace o se deja de hacer con la intención de prestarle el mejor cuidado, permitiendo la llegada de su muerte, no solo es moralmente aceptable, sino que muchas veces llega a ser obligatorio desde la deontología Médica. Los médicos debemos aprender a ayudar a morir bien y a desarrollar todas las técnicas de acompañamiento al moribundo y a su familia. Debemos estar preparados para escuchar algo más que una petición de adelantar la muerte.

Cuando apliquemos las medidas terapéuticas que sean necesarias y proporcionadas, evitando la obstinación diagnóstica y terapéutica, evitando el abandono, el alargamiento innecesario y el acortamiento deliberado, sedando cuando esté indicado y autorizado por el enfermo, estaremos realizando una buena práctica médica: ayudar a morir bien.

 

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